De perder la ilusión, eso contestó; bajó la mirada y su
recuerdo viajó hasta Budapest, donde su ilusión había tratado de perderse
durante algún tiempo, luego levantó la mirada y me sonrío, siguió cenando.
Yo empecé a correr, pero tiempo después, cuando ella ya se
me había agarrado por dentro, cuando ya me lloraba encima cada noche desde el
día en que se fue. Comencé a correr como si todos sus recuerdos me persiguieran,
como si tratase de huir de mí mismo, comencé a correr sin ser consciente de que
su mirada hacía tiempo que había dejado de querer seguirme.
Por qué correr cuando nadie te persigue? No saben que es su
mirada la que me empuja en cada paso, que su olor me encharca los pulmones si
me quedo, que su sonrisa me atraviesa el pecho casi sin querer si no me muevo,
y corro, y corro más, más lejos, y más fuerte. Y aún así, me duele, y sigo corriendo.
Y tú de qué tienes miedo, preguntó, esta vez sin levantar la
mirada; tragué saliva, seguí cenando.