domingo, 25 de marzo de 2012

Cuando fuimos los mejores

Era, cuando llegó, como una de esas vasijas de porcelana rotas y pegadas a las que aún se les ven los restos de pegamento, las grietas y la cerámica lascada. Atractiva a pesar de todo. Yo en cambio salía de uno de esos incendios en los que ya no quedan piezas para ser pegadas. A pesar de todo, seguí viviendo a mi pesar. 

Ella, que anhelaba muchas veces ser perro de rico, se metió en mi vida por uno de esos huecos que se quedan en las cajas de galletas mal cerradas, y así, de tarde en tarde a la hora del té inglés llegó el día en que nos quedamos a cenar para quitarnos todas las máscaras y algunos de los miedos. A los incendios en mi caso, a los incendios, en el suyo.

Entre pastas de té y cenas me confesó que había tejido una tela de araña para él en la que acabé cayendo yo, a su pesar y al mío; aunque a la maldita tela de araña tenga que agradecerle todo lo que fui a su lado, y sobre todo, todo lo que no fui.

Ayer se fue, definitivamente, aunque ya hacía más tiempo que se había ido. Yo he vuelto a llorar al masturbarme.  

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